No voy a explicar nada nuevo aquí que
no se haya leído en numerosa bibliografía sobre coaching, gestión empresarial,
ventas, etc., así que esta vez no seré demasiado original. Desde que soy autónomo
puro me encanta esa sensación de ser uno mismo el principal responsable de su
destino. Cierto es que los riesgos son mucho mayores porque los autónomos funcionamos
como los motoristas: si nos caemos, solamente nuestro cuerpo será el que
absorba el leñazo. Por eso debemos ir provistos de un buen mono de trabajo, un
mejor casco y también deberemos saber caer.
Siguiendo este hilo, reconozco que
unas vacaciones tomadas como autónomo no tienen absolutamente nada que ver con
las que tomaba hace años como asalariado. Para empezar, el trabajador por
cuenta propia suele ser un apasionado del producto que vende (y si no lo es,
mal asunto), así que en muchos casos, para él trabajar será como estar de
vacaciones permanentes. Si continuamos con este razonamiento, llegaremos a la
conclusión de que el autónomo feliz con su actividad no necesita las vacaciones.
(Ojo, estar feliz no significa que nuestro autónomo tenga un éxito
extraordinario, ni siquiera que tenga éxito, sino que hace lo que quiere).
Bien, eso es una verdad a medias. Es cierto que la vorágine de buscar clientes
y realizar trabajos sin horarios fijos puede originar en el autónomo una
sensación de non-stop permanente muy curiosa: No genera el mismo estrés que
hallamos en las miles de las caras que nos encontramos en el transporte público
durante la hora punta. Más bien se tratan de ocasionales sobrecargas de trabajo
que se encajan con deportividad, porque como dice el refrán, “sarna con gusto
no pica”.
Pero… ¿son entonces necesarias las
vacaciones para un autónomo? ¡Sí! Y solamente nos daremos cuenta de ello cuando
paremos. Si somos certificadores energéticos, debemos ser precavidos y detener
nuestra producción en momentos estratégicos. No se pueden enumerar reglas de
manera generalizada porque dependen absolutamente de la población en donde nos
encontremos, incluso el barrio donde residamos o tengamos el estudio. Así pues,
si ejercemos en un núcleo turístico, no es conveniente irse de vacaciones en
Agosto, porque es muy posible que tengamos multitud de encargos al proliferar el
alquiler de apartamentos. Pero si ejercemos en una ciudad dormitorio, entonces
sí que debemos parar en la época donde todo el mundo deserta a la playa o
montaña. En definitiva, es necesario realizar un análisis previo para detener nuestra
actividad durante una o dos semanas con el fin de que no se resienta nuestra
economía de manera notoria. Y siempre deberemos acabar escrupulosamente todos
nuestros trabajos pendientes, y si en última instancia, nos entra algún
proyecto nuevo inesperado, negociar con el cliente para posponerlo hasta
nuestra vuelta... o posponer las vacaciones. Somos nosotros nuestros jefes,
recordémoslo.
Y cuando nos retiremos a un enclave
alejado a disfrutar de “esas otras vacaciones de uno mismo”, como recomiendan
tantos expertos, es fantástico mirar hacia atrás para ver con calma qué objetivos
se han cumplido y cuáles no; e imaginarse metas nuevas que nos hagan especial
ilusión y, de paso, hagan crecer nuestra capacidad de negocio. De esta manera,
mientras el fantasma del síndrome postvacacional ataca por doquier, nosotros
estaremos deseosos de volver al tajo con una pila de proyectos por cumplir.
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